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El poder de la nostalgia: Star Wars: The Force Awakens (J.J. Abrams, 2015)


Un análisis de Star Wars: The Force Awakens provoca varios quebraderos de cabeza debido a las grandes expectativas que había a su alrededor. En un primer momento decepciona verse ante casi un remake del Star Wars (George Lucas, 1977) original. Ofende la falta de originalidad en el guion, cómo cada personaje, situación y localización encaja en unos roles que ya conocíamos (Rey=Luke, Poe=Han Solo, Kylo Ren=Darth Vader, Hux=Tarkin, Jakku=Tatooine, la Estrella de la Muerte=Starkiller…). ¿Cómo de buena habría sido la película si hubiese aprovechado todas las posibilidades del universo Star Wars para crear historias nuevas y realmente originales?


A pesar de todo, si nos despojamos de los prejuicios y expectativas se puede disfrutar de lo que realmente es: una gran espectáculo de entretenimiento. La primera media hora es impecable porque es a la vez Star Wars pero con nuevos e intrigantes personajes y situaciones, aparte de que es puro cine. El personaje de Finn es algo nunca visto y eso es un soplo de aire nuevo.


El que sin duda es el punto fuerte de The Force Awakens es un humor muchísimo más fresco que en el resto de películas de la saga, con gags realmente desternillantes por parte de BB-8 y Chewbacca, así como de Finn y especialmente de Poe Dameron. En términos más dramáticos, de lo mejor que tiene la película es el personaje de Kylo Ren, y sorprende verdaderamente lo denostado que ha sido este personaje por parte de los fans. Kylo es fascinante, es un personaje tridimensional (mucho más que Rey, desde luego), porque es el único que tiene un conflicto evidente, plantea muchas preguntas al espectador, y su infelicidad provoca un gran interés (¿porqué le sedujo el Lado Oscuro? ¿Qué le hace querer emular a su abuelo? ¿Porqué sufre tanto?). Efectivamente se trata de un villano incompleto, aún en etapa formativa, como todos los héroes de la película.


Si algo significa Star Wars: The Force Awakens es un relevo generacional: los héroes clásicos Han Solo, Leia, Chewie y Luke dejan paso a una generación joven que aún no tiene experiencia. Se trata del mismo proceso que han sufrido los X-Men en X-Men: First Class (Matthew Vaughn, 2011): aún son jóvenes, cometen errores, no están hechos de una sola pieza. Y no es malo, al contrario, porque aparte de Han Solo y Chewie, el resto de personajes originales son meramente testimoniales o directamente dan vergüenza ajena. El final de la película es bochornoso, con el encuentro entre Rey y Luke en el que Mark Hamill intenta imprimir intensidad a su mirada consiguiendo una interpretación tan absolutamente ridícula que provoca carcajadas. Sinceramente, habría bastado con una expresión neutra para que nuestro amigo Kuleshov hiciese el resto. Pero tampoco habría solucionado nada, ya que un final perfecto habría sido concluir con Rey alejándose por el espacio a bordo del Halcón Milenario. Fin: “¿dónde está Luke? ¡No ha salido en toda la película!” Ya lo sabréis en el Episodio VIII. Pues no.


Y es que por ahí va uno de los grandes fallos que tiene la película. Abrams es un gran director de escenas de acción, con gran sentido del ritmo y del tempo cómico. Sin embargo, a la hora de dirigir escenas dramáticas estamos ante un auténtico desastre. El momento teóricamente más emotivo pasa sin pena ni gloria: se ve venir a la legua cómo Kylo piensa, madura y decide matar a su padre, aparte de que la puesta en escena (un encuentro a solas con un sith en medio de un puente) es un spoiler con patas. La muerte de Han Solo llega solo a un nivel puramente racional y sorprende mucho descubrir que no emociona lo más mínimo. ¿Cómo es posible? Es uno de los grandes personajes de la saga y ¡su muerte deja impertérrito! Y lo mismo sucede con la destrucción de la Estación Starkiller: al menos al destruir la Estrella de la Muerte una sensación de júbilo llenaba al espectador...


Formalmente no hay nada que achacarle, ya que visualmente es una delicia. Las lentes anamórficas le dan el toque y la textura del celuloide se nota y le da mucha calidez. El diseño de producción es una mezcla entre nostalgia y modernidad con un gran manejo del color. Los efectos, al ser prácticos y no CGI, funcionan mucho mejor que esos con textura de videojuego que nos saturan con películas como Los Vengadores (Joss Whedon, 2012).


Se trata de un retorno notable y solo podemos desear que mantengan este nivel con las siguientes entregas, aunque es complicado, ya que el gran reto era lograr un regreso triunfal que atrapase al público y a partir de ahora el objetivo será hacer caja. Tiempo al tiempo.

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