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Han Solo no convence en Solo: A Star Wars Story (Ron Howard, 2018)


Toda la culpa es de Lawrence Kasdan. Tras la abrupta salida de Phil Lord y Chris Miller del proyecto, salió a la luz que los Kasdan, padre e hijo y guionistas del film, habían presionado para echar a los directores de La Lego Película (2014) porque su forma de trabajar ninguneaba el guion. Lord y Miller, con un particular sentido del humor fruto de una gran improvisación en set, chocaban frontalmente con un guionista tan férreo como Lawrence Kasdan, que exigía un respeto escrupuloso por cada línea de su libreto. Esta situación llegó al extremo cuando Kathleen Kennedy, presidenta de Lucasfilm, despidió fulminantemente a los dos directores y en menos de un fin de semana encontró un sustituto: el experimentado Ron Howard, que volvió a rodar varias escenas y del que se dice que es autor del 70 % de la película, restaurando por tanto el guion original de los Kasdan. Pero si algo flaquea en Solo: A Star Wars Story es precisamente una historia manida, repleta de giros innecesarios y carente del humor que necesita alguien un personaje tan icónico como el de Han Solo.


El resultado en pantalla es un guion muy encorsetado y demasiado controlado, tanto en la estructura como los diálogos, carentes de ingeniosos y genéricos de blockbuster. La historia es un confuso batiburrillo de géneros como el western y el heist film que pretende inspirarse en tramas y personajes de películas como El golpe (George Roy Hill, 1973), pero es incapaz de construir personajes realmente sustanciales. Los Kasdan quieren contar una historia en la que no se sepa quién es quién y cualquiera pueda ser un traidor pero esto no sucede de forma orgánica. Cuando un personaje revela su verdadera filiación sorprende; a la segunda empieza a cargar y de la tercera ya ni hablar. Resulta evidente que el tono desenfadado y excitante que pide la película no existe, por lo debemos preguntarnos ¿cómo habría sido la versión de Lord y Miller? Probablemente se habría tomado mucho menos en serio a sí misma y habría sido más consciente de lo que es: un mero divertimento sin pretensiones. Solo tenía que haber sido a Lucasfilm lo que Thor Ragnarok (Taika Waititi, 2017) fue a Marvel.


Porque otro gran fallo es la autocomplacencia que tiene: se gusta demasiado a sí misma y se cree más cool de lo que realmente es. El film está lleno de frases ingeniosas, chascarrillos y, sobre todo, la constante sonrisa burlona de Alden Ehrenreich. Esa misma sonrisa, en boca de Harrison Ford, le daba al personaje el toque canalla y simpaticón que nos enamoró, pero en boca de Ehrenreich se convierte en una cargante máscara por desgracia mal interpretada. No estamos ante un mal actor (tampoco demasiado bueno) pero, y era evidente desde que se dio a conocer el proyecto, no está a la altura de su precedente. Ehrenreich carece del carisma desbordante de Ford en el papel que lanzó su carrera. Lo intenta pero el guion no le ayuda y probablemente se habría soltado mucho más con Lord y Miller de lo que Ron Howard consigue.


Lo que también prometía mucho era el Lando Calrissian del polifacético Donald Glover, un gran personaje interpretado por un gran actor. Pero de nuevo el guion no le da el lugar que se merece porque Glover tenía el talento para hacer crecer muchísimo a al personaje, que al final no es más que un figurante en la película, menos importante que los desconocidos Qi’ra (Emilia Clarke) o Beckett (Woody Harrelson). El potencial del personaje era enorme y una película exclusivamente sobre las aventuras del trío Calrissian, Chewbacca y Han posiblemente habría tenido más interés. Kasdan opta por nuevas aventuras con nuevos personajes pero también se centra de forma estúpida en explicar muchas de las referencias de las películas originales (la carrera Kessel en 12 parsecs, la partida de cartas en la que Han gana el Halcón Milenario o una oferta para unirse a la rebelión). Pero cuando se hace una precuela que depende tanto de sus predecesoras (de forma innecesaria, por otro lado) hay muy poco espacio a la sorpresa porque ya sabemos que logrará la carrera Kessel en 12 parsecs. Lo único reseñable de la película es, por un lado, el intento de diferenciarse eliminando la característica cabecera y, por otro, la aparición al final de un personaje de Star Wars: La Amenaza Fantasma (George Lucas, 1999), reivindicando de alguna forma una trilogía quizá demasiado denostada.


Disney todavía puede aprovecharse de la popularidad masiva de un producto como Star Wars pero cabe preguntarse ¿hasta cuando manará esa fuente? Es decir ¿cuántos Solo: A Star Wars Story o Star Wars: The Last Jedi (Rian Johnson, 2018) puede Disney producir hasta que el público se canse? Marvel ya ha demostrado que la era del Hollywood franquiciado está en mejor forma que nunca y la taquilla de Solo hablará por sí sola. Disney sigue siendo el rey y el resto de estudios sólo puede aspirar imitarlo.

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