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El peso de ser mujer, gitana y lesbiana: Carmen y Lola (Arantxa Echevarría, 2018)


“Los gitanos llevan siglos con nosotros y son nuestros grandes desconocidos”. Lo dice Arantxa Echevarría, directora de Carmen y Lola (2018), película recién presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes con una espectacular acogida. Echevarría, directora novel de 49 años, se arriesga al contar la difícil historia de Carmen y Lola: mujeres, gitanas y, además, lesbianas. Y el resultado es una conmovedora historia de amor con una enorme sensibilidad femenina y de una verdad arrolladora.


Cuenta su directora que estuvo documentándose durante dos años sobre la comunidad gitana, conviviendo con ellos y aprendiendo qué supone ser una mujer gitana en 2018 y las consecuencias que puede tener salirse del camino establecido. Para los gitanos el matrimonio es una institución sagrada y uno de los pilares de su forma de vida, prometiéndose las mujeres ya desde la adolescencia para después dedicar toda su vida al cuidado del marido y de los hijos. Las posibilidades de salir de una rueda que lleva en marcha desde tiempos inmemoriales es muy pequeña y el precio a pagar demasiado alto para una comunidad tan tendente a la endogamia. El rechazo al que se enfrentan las mujeres (y los hombres) que confiesan su orientación sexual es tan fuerte que el abandono a su familia y amigos es la única opción (y eso si el abandono no se ha producido ya de forma inversa). A esta grandísima presión se tiene que enfrentar Lola (Zaira Morales) cuando se enamora de Carmen (Rosy Rodríguez), la prometida de su primo. Juntas se conocerán a sí mismas y descubrirán hasta dónde les puede llevar su amor.


El resultado es una película veraz, esperanzadora y de una profunda humanidad. Echevarría construye paso a paso, sin prisa, a través de los pequeños detalles, con aquello que parece que no está, un amor poco a poco más intenso, con matices diferentes cada vez, así como unos personajes (especialmente Lola) que expresan sus sentimientos de forma muy comedida pero eficaz. El proceso de documentación muestra su resultado en el gran costumbrismo que tiene la historia, con un microcosmos riquísimo habitado por unos personajes muy particulares y un lenguaje único. El primer gran logro es el casting, porque tanto Zaira Morales como Rosy Rodríguez, actrices por primera vez, interpretan a sus personajes desde la más pura intuición pero demostrando poseer ese famoso “duende”. También merece una gran mención Rafaela León, que interpreta a la madre de Lola de forma desgarradora y desesperada, explosiva pero contenida, en la que esta actriz convierte en la mejor escena de toda la película.


El otro gran logro del filme es su lenguaje documental. Mediante el uso de una cámara en mano imperfecta, con frecuencia ladrona de imágenes y de un guion laxo en sus diálogos, sumado a una dirección de actores muy libre, el tono se convierte en algo muy inmersivo, permitiéndonos estar ahí con ellos en lo más íntimo de sus vidas. La escena del pedimiento es paradigmática de cómo está concebida la película: la directora pidió a sus actores gitanos que simulasen un pedimiento y ella, con la ayuda de dos cámaras, filmó el evento con total libertad para poder parar la acción y retomarla a voluntad, pero aprovechando la verdad que sus intérpretes le otorgaban. Y lo que se ve en pantalla es impactante porque nos permite acceder a los herméticos rituales de la comunidad gitana y conocer más de su desconocida cosmogonía.


Lo que ha conseguido Arantxa Echevarría con Carmen y Lola es para quitarse el sombrero, especialmente teniendo en cuenta que es su primera película. El recorrido de la película acaba de comenzar y se intuye más que exitoso, por no hablar de la carrera de una directora que a pesar de todo conoce a la perfección su oficio. Una pregunta queda sin embargo en el aire: ¿cómo serán a partir de ahora las vidas de Zaira y Rosy? ¿Cómo ha caído la película en sus respectivas comunidades? ¿Se han arriesgado al mismo final que los personajes de la película? Independientemente de la respuesta a estas preguntas, su valor ha sido enorme, quizá lo suficiente para que las Carmen y Lola reales puedan sentirse más orgullosas de quienes son y poder expresarlo libremente.

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