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Fe en el cine español de vanguardia: Mimosas (Oliver Laxe, 2016)


Mimosas ya está aquí. Ha costado seis años y numerosos varapalos, pero por fin Oliver Laxe estrenará en su país su segunda película, ganadora del flamante Premio de la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes. De momento, parece el único cineasta español que ha ganado dos premios en el festival francés. Y sin embargo aquí sigue sin reconocerse el talento de cineastas como él.


Mimosas ha sido definido como un “western espiritual”. Sin duda es una cinta profundamente clásica, alejada en la forma de esa corriente a la se la adscribe, el Novo Cinema Galego, a la que pertenecen colaboradores de la talla de Mauro Herce, creador de unas fascinantes imágenes en celuloide y director de fotografía de obras como Arraianos (Eloy Enciso, 2012) o la impresionante Dead Slow Ahead (Mauro Herce, 2015). Pero aun siguiendo una forma relativamente canónica, la película está muy enraizada a ella en lo rompedor del movimiento gallego. Anclada en un lenguaje convencional, sin grandes alardes formales, la película gana enteros en la reflexión sensitiva que provoca en el espectador. Laxe insiste constantemente en que el cine no debe intentar desentrañarse, no debe ser algo reducible a una fórmula matemática sino hay que sentirlo, hay que dejarse llevar por él. Mimosas busca esto continuamente, explorando un lenguaje esotérico y aprovechándose del impresionante paisaje del Atlas marroquí.


La película es una búsqueda, un viaje que nos lleva por los derroteros de la fe, de lo transcendental, de la elevación espiritual. La fe es uno de los grandes temas: en Dios, en los demás, en un mismo, en la vida, en la realidad, en la existencia... Se trata de una forma tan inasible que es imposible describirlo con palabras. Hay una lucha constante entre los personajes por imponer su concepto de qué es la fe, de porqué continuar el viaje, de cómo superar los peligros y evitar desfallecer. Se relaciona la existencia terrenal con un mundo espiritual por encima de nosotros, que se mueve a toda velocidad y nos transporta, si queremos, a lugares inexistentes. No es una película sobre Alá o sobre el islam, transciende la religión y la religiosidad, porque no hay que ser religioso para ser un creyente. Ahí reside la universalidad de Mimosas, en que, aunque está ambientada en Marruecos, podría estarlo en la jungla amazónica o en la estepa siberiana. Todos tenemos interiorizado el concepto de fe, todos la hemos experimentado y podemos ser creyentes.


Sin duda el gran éxito de Laxe es crear una experiencia sobre la espiritualidad de forma totalmente desapegada de cualquier religión organizada, apelando única y exclusivamente a su forma más primordial, casi atávica. Muchos no entenderán la película (yo incluido) pero que eso no suponga un problema: Mimosas no va de entender, hay que tener fe para verla.

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