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La autoparodia como reinvención en Thor: Ragnarok (Taika Waititi, 2017)


Hace ya unos años que vivimos completamente sumergidos en el Hollywood postcapitalista, un sistema erigido en torno al estreno de pocas películas anuales cada vez más grandes y basadas en ideas preexistentes. Disney es el rey del terreno franquiciado, con beneficios anuales de alrededor de un cuarto de toda la recaudación de las majors. Y la joya de la corona era, hasta la resurrección de Star Wars, el Universo Cinematográfico de Marvel. El éxito comercial ha sido evidentemente arrollador, pero no siempre ha ido acompañado de la calidad artística. Dicho esto, de vez en cuando surgen pequeñas sorpresas en este anabolizado panorama, como Iron Man (Jon Favreau, 2008) o Guardians of the Galaxy (James Gunn, 2014); y, aunque no pertenezcan a Disney, vale la pena mencionar otros filmes de superhéroes asociados a Marvel como la genial Deadpool (Tim Miller, 2016) o la crepuscular Logan (James Mangold, 2017). En los últimos 15 años se han estrenado más de una treintena de películas de superhéroes (si incluimos el malogrado Universo Cinematográfico de DC) y sólo un pequeño porcentaje ha aportado algo más que CGI y entretenimiento de multisalas.


Entre este cúmulo de blockbusters surge Thor: Ragnarok (Taika Waititi, 2017), cinta capaz de darle la vuelta al tono tradicional de Marvel y crear una película extremadamente entretenida y divertida. Dirigida por el neozelandés Taika Waititi, el filme está impregnando de su particular sentido del humor, una forma de hacer comedia que presentó al mundo con la serie Flight of the Conchords (2007-2009) o con la irreverente What we do in the shadows (2014). Su forma de dirigir, basada en gran medida en la improvisación con los actores, resulta en un tono muy fresco y, lo más sorprendente, una gran capacidad de autoparodia. Waititi es un gran showman que no puede simplemente mantenerse detrás de las cámaras. Estamos ante un animal de la comedia con capacidad para satisfacer ese deseo personal y conseguir que la película se vea más que beneficiada. Su interpretación del alienígena rocoso Korg demuestra hasta qué punto el neozelandés se sumerge en el tono de la película y la controla desde delante y detrás de las cámaras.


Pero en Thor: Ragnarok los personajes están continuamente robándose las escenas. El propio Thor (Chris Hemsworth), que siempre ha tenido cierto punto humorístico, adquiere aquí un tono con frecuencia patético, metiéndose en situaciones incómodas de las que consigue salir aunque no siempre airoso. Hulk, o más concretamente Bruce Banner (Mark Ruffalo), entabla con Thor una relación típica de las buddy movies, consiguiendo momentos hilarantes y más propios de las comedias indies que de grandes blockbusters. Mención aparte merecen los secundarios y cameos. Jeff Goldblum tiene un papel a medida de su sorna e ironía al más puro estilo de Ian Malcolm; el propio Watiti otorga el contrapunto amable con el gladiador Korg; y la inesperada presencia de Matt Damon interpretando a un teatral Loki eleva la autoparodia hasta límites insospechados.


Y es que el mérito de Waititi no reside exclusivamente en su dirección de actores, sino que es capaz de crear gags visuales e imágenes de una potencia arrolladora. Ya desde el material promocional se podía atisbar un look visual incomparable, hipercolorido y con composiciones poco usuales. Se explora un look ochentero (especialmente en la banda sonora) que funciona a la perfección y evoca ese tono de buddy movie protagonizada por héroes del cine de acción como Kurt Russell, Sylvester Stallone, Mel Gibson o Bruce Willis. Habría que detenerse concretamente en la evolución estética del propio Thor, que se moderniza considerablemente con un corte de pelo actual y un parche en el ojo que le otorgan la madurez y el liderazgo que ya tiene. Por último, mención especial merece la fotografía de Javier Aguirresarobe (sí, el mismo DoP de Twilight), que impresiona especialmente en la secuencia de las Valkirias con unas composiciones pictóricas que recuerdan a la pintura barroca con toques que recuerdan a Caravaggio. Que rabia que dure tan poco.


Thor: Ragnarok es el claro ejemplo de cómo deberían entenderse las películas de superhéroes: como divertimentos sin pretensiones. Warner Bros. no parece haberlo entendido y su ominoso universo basado en DC se vuelve pesado y demasiado denso. Sólo Christopher Nolan fue capaz de vehicular ese tono a la pantalla, trasladando la presión a Zack Snyder, que se ha visto totalmente superado. Marvel en cambio abre ahora una nueva vía que no sólo sería estimulante, sino recomendable para renovar un género que provoca fatiga prácticamente desde los inicios. Waititi ha logrado el éxito de crítica y comercial. Si Disney acomete blockbusters como Thor: Ragnarok, el espectador ganará en calidad y la empresa de Mickey Mouse no solo mantendrá, sino que aumentará unos beneficios anuales de por sí exorbitados y para muchos años más.

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