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De máquinas y fantasmas: Dead Slow Ahead (Mauro Herce, 2015)


Inefable. Sólo con otras imágenes se podría describir las sensaciones que produce el visionado de Dead Slow Ahead. Mauro Herce, el que fuera director de fotografía de Arraianos (Eloy Enciso, 2012), se lanza a la dirección con un resultado más que sobresaliente. Cada plano, cada fotograma es una obra de arte, cada sonido te transporta a esa especie de nave espacial que atraviesa el espacio visitando planetas desconocidos. Y esos marineros espaciales que son como fantasmas, como espíritus devorados por la máquina, incapaces de ser aprehendidos por el espectador, nos meten en sus mentes, en sus sentimientos de soledad, melancolía, nostalgia... La capacidad evocadora que tienen estas imágenes trasciende la pantalla.


El film tiene una primera mitad muy centrada en el paisaje y el contexto en el que tiene lugar: el puerto, el mar y el barco con toda su maquinaria. Esta parte es sin duda la más espectacular y potente, con una fotografía que quita el aliento. ¿Cómo es posible que el mar, un lugar tan monótono, pueda ofrecer semejantes imágenes? En la retina quedan de forma indeleble esa enorme tormenta en medio del mar o ese rayo de luz que se abre paso entre las nubes para iluminar el agua. El sonido se hace muy presente en toda la película, pero en particular en esta primera parte en la que no hay voces humanas, con un diseño entre musical y maquinal que provoca angustia y a la vez abruma. Y el montaje, con ese ritmo lento y pausado incita a la reflexión sobre lo que vemos y cada plano, con la duración idónea, nos golpea más fuerte (si cabe) que el anterior. El montaje aprovecha al máximo el ritmo interno de cada plano para crear una cadencia global que funciona de forma indescriptible.


La segunda parte del filme se centra en intentar atrapar las almas de los marineros que han quedado atrapadas en el limbo de las interminables tuberías y salas de máquinas del monstruoso carguero. En este punto las formas de vida dejan de existir como las entendemos para convertirse en entes sin cuerpo, en acúsmetros (aquel término acuñado por Michel Chion que tan bien los describe), que vagan por las inmensidades del mar. Con un dispositivo más sencillo que antes, se va creando esa sensación de vacío progresivo, de presión negativa que va oprimiendo al espectador cada vez más y, como en una sesión de hipnosis, lo mantiene pegado a la pantalla.


El final sin embargo no está a la altura del resto de la película, se queda corto, no tiene la garra que consigue en otros momentos. En este sentido es una pena que la película vaya cuesta abajo, empezando por todo lo alto y consiguiendo picos muy alejados de lo que consigue el final. A pesar de todo, la experiencia de Dead Slow Ahead marca al público, una parte del espectador vagará para siempre por los pasillos del Fair Lady junto a aquellos marineros apátridas.


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